jueves, 28 de mayo de 2015

Tres poemas del Libro del Ghenpín / Juan Carlos Bustriazo Ortiz

















Tercera Palabra

Dónde errarás, Antonio tan Bustriazo?
Dónde, fatal espectro, Comisario
de Territorios Nacionales? Calmo,
te pienso calmo en tu gran paz, callado,
tu gesto así, de labios apretados.
Y Juan Bautista y su caballodiablo?
Lo buscarás?, se buscarán airados?
Dónde errarás, Miguel Antonio? Parco,
rápido hablar, tu fuerza eran tus manos.
Tu sombra vi, tu bulto oscuronado
en tu momento de morir Bustriazo,
tu nube ya, tu forma de apagado.

Te dejo aquí, errante y capturado
gema o carbón, o flauta o espantajo.

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Vigésima Primera Palabra

Cómo será la cola de una bruja?
Azafranada, viola, miel, canela,
color durazna, de damasca prieta,
poma escarlata, ciclamor de luna?
Cómo será la cola de una bruja?
Color de espiga, leche, tuna, hoguera,
o de ostra de oro, de sirena intensa?
Cómo será la Cola de una Bruja?
Yo me pregunto, pobre Juanca. Nunca

sabrás del todo, porque te es tiniebla!


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Vigésima Séptima Palabra

Yo les pregunto y a las gentes duchas
qué es esta música que se me bifurca?
Valse, ranchera, polca, si es mazurca, 
minué del ángel, chotis de la bruja?
Esta feliz sonorería oriunda
del corazón, de la pasión nocturna,
la rara avis que me canta y turba,
me amasa nuevo, que me descorrupta?
Yo no lo sé. Son hartas las preguntas.
Quid de la sien, la lengua. Me disculpan?



Del Libro del Ghenpín (1977)



lunes, 1 de julio de 2013

Navegando hacia Bizancio / William Butler Yeats



I

Éste no es un país para los viejos. Jóvenes

unos en brazos de otros, posados pájaros,

—esas generaciones por morir— en su canto:

y las cascadas del salmón, los poblados

mares de la caballa, pescados, carne o ave,

loan todo el verano el engendramiento,

lo que nace o que muere. Prisioneros

de esta música sensual y negligente,

los monumentos sin edad del intelecto.

II

Un viejo es un menospreciado, camisa

colgada de un palo, salvo que el alma

cante, marcando con las manos

el compás, más alto a medida

que sea más andrajoso su vestido mortal.

Y como no hay escuela de canto

que no estudie las glorias de su propia

magnificencia, navego el mar y vengo

hasta la ciudad santa de Bizancio.

III

Sabios de pie frente al fuego de Dios

como en los dorados mosaicos,

vengan desde el sagrado fuego, aleteen

en la espiral, y sean los maestros

cantores de mi alma. Consuman

todo mi corazón. Enfermo de deseos,

atado al animal que ha de morir,

no sabe lo que es; absórbanme

de la eternidad en el artificio.

IV

Ya fuera de lo físico, no tomaré

forma de cuerpo en nada de lo que hay,

salvo en la que el herrero griego

hace golpeando y esmaltando el oro,

para tener despierto al Emperador.

Salvo también que me ponga a cantar

en una rama de oro a los señores

y damas de Bizancio, del pasado,

de lo que pasa y de lo que vendrá.



William Butler Yeats (Dublín, 1865 - Roquebrune, 1939)

De “Poemas completos”. Alción Editora. Córdoba, 2011
Trad.Eduardo D’Anna. 







lunes, 17 de junio de 2013

La mano / Edgard Bayley



Algo va a surgir de esa mano
no retengas ni su amor ni su odio
deja que hable esa mano
que escriba torpemente en la noche
deja que recuerde
que se pierda entre las sábanas
entre las hojas y las calles
que se pierda balbuceando
y que destruya los puetes del saludo
deja que diga no
y que la odien y la expulsen
deja que no escriba
que se mate poco a poco
que ennegrezca con el agua tibia del vicio
que se calle o hable sin sentido



deja a esa mano estar
mano inservible
desahuciada
odiosa
mano para el martirio de los otros
para robar
para implorar clemencia a los cobardes
mano infidente
mano sin piedad
ni gracia
ni alegría
mano de verdugo
de holgazán
innoble
blanda
mano de firmar sentencias
mano de condenar
mano escondida
aleve
mano de traicionar
de mentir
de estar borracho



¿Pero esta mano indigna sucia
no buscará en la noche algún saludo
alguna señal de Dios o de la calle?



Porque esta mano viene de lejos
desde antiguo
mano de hombre
de rufián
menesterosa
mano de equivocar
de estar callado
mano imposible de cortar
mano regenerada
mano infinita renacida
mano infame
pero mano de esperar
mano de imaginar
mano de acompañar la noche
mano para volver



Algo va a surgir de esa mano
no las condenes
deja que abra sus dedos
que suelte su envoltorio
su dinero
la terrible noticia
el telegrama de felicitación



Ha de llegar la señal
poco a poco
algún saludo
y la mano hablará por fin
hará surgir el fuego de las sombras
cantará
sencillamente cantará



La mano fue antes árbol
estrella
viento
la mano movió compuertas y señaló caminos
la mano empuñó el timón y cerró los párpados desvelados
la mano abrió las tinieblas
y tuvo sed de amor: inventó signos
saludó
fue serena
tuvo reflexiones sensatas
consoló y acompañó el llanto de los otros
y la mano sencilla sufriente
se hizo una sola cosa con todos los desesperados
la mano celeste
inventora del fuego y la herramienta
invasora del aire y de la espera del hombre
mano muda
mano sin solución
mano nueva y eterna como el camino
y las llaves del sueño y del canto
mano real
hermana
agresiva
impotente
mano donante
enamorada
mano de luz
nocturna
imperativa
mano del mundo
del día
del comienzo



Edgar Bayley (Buenos Aires, 1919-1990)

De Obra poética. Corregidor. Buenos Aires, 1976.



lunes, 1 de abril de 2013

El cactus / Manuel Bandeira




Aquel cactus recordaba los desesperados gestos
de la escultura:
Laocoonte oprimido por las serpientes,
Ugolino y los hijos hambrientos.
Evocaba también el seco nordeste, palmeras,
pobres matorrales
Era enorme, aun para esa tierra de grandezas
excepcionales.
Un día, un huracán furibundo lo arrancó de cuajo.
El cactus cayó a lo ancho de la calle,
Rompió las cercas de las casas,
Impidió el tránsito de tranvías, automóviles, carros,
Arrancó los cables eléctricos y durante
veinticuatro horas privó a la ciudad de
iluminación y energía:
Era bello, áspero, intratable.



Manuel Bandeira  (Recife, 1886- Río de Janeiro, 1968)

Trad. Santiago Kovadloff

Poética / Manuel Bandeira


Estoy harto del lirismo comedido
Del lirismo bien educado
Del lirismo empleado público con libro de asistencia
expediente protocolo y manifestaciones de aprecio
al Sr. director

Estoy harto del lirismo que se detiene para averiguar en el
            diccionario el cuño vernáculo de un vocablo

Abajo los puristas

Todas las palabras sobre todo los barbarismos universales
Todas las construcciones sobre todo las sintaxis de excepción
Todos los ritmos sobre todo los innumerables

Estoy harto del lirismo sentimentaloide
Político
Raquítico
Sifilítico
De todo lirismo obsecuente con todo menos consigo mismo.

Además no es lirismo
Será contabilidad tabla de cosenos secretario del amante
ejemplar con cien modelos de cartas y las diferentes
maneras de gustar a las mujeres, etc.

Prefiero el lirismo de los locos
El lirismo de los borrachos
El lirismo difícil y errante de los borrachos
El lirismo de los clowns de Shakespeare.

−No quiero saber nada más del lirismo que no es
            liberación.



Manuel Bandeira  (Recife, 1886- Río de Janeiro, 1968)

En Momento en un café y otros poemas. 
Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1986.
Trad. Estela Dos Santos



Los nombres / Manuel Bandeira


Dos veces se muere:
Primero en la carne, después en el nombre.
La carne desaparece, el nombre persiste pero
Perdiendo su casto contenido
−Tantos gestos, palabras, silencios−
Hasta que un día sentimos,
Con un golpe de espanto (¿o de remordimiento?)
que el nombre querido ya no suena como los otros.

Santita nunca fue para mí el diminutivo de Santa.
Ni Santa fue nunca para mí la mujer sin pecado.
Santita eran dos ojos miopes, cuatro incisivos claros a flor de boca.
Era la intuición rápida, el miedo a todo, un cierto modo de decir "Válgame Dios".

Adelaida no fue para mí Adelaida solamente,
sino también cabellera de Berenice, Innominada, Casiopea.
Adelaida, hoy apenas sustantivo propio femenino.

Los epitafios también se borran, lo sé.
Pero más lentamente que las reminiscencias
en la carne, menos inviolables que las piedras de las tumbas.



Manuel Bandeira  (Recife, 1886- Río de Janeiro, 1968)

En Momento en un café y otros poemas. 
Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1986.
Trad. Estela Dos Santos

sábado, 29 de diciembre de 2012

Antropologías o las ventajas de vivir en la provincia / Alfredo Veiravé





I


La poesía es un estado de refracción que cruza el cielo

como un arco iris después de la tormenta, y el poema un objeto

geométrico como el Gran Vidrio de Marcel Duchamp, pero

¿a quién leérselo antes de someterlo a la prueba del sapo

para saber si está bien engendrado? O mejor dicho, ¿para saber

si no sufre de autodecepciones después de la experiencia?

                   Nadie en particular

es capaz de acompañar a la pareja en sus pesadillas

y los más íntimos, por amor, entienden fácilmente lo que no

está en el poema.  Esta es la primera ventaja de vivir en la provincia.



II



Me detendría un poco en las teorías del color local

del universo: toda la historia de Yoknapatawpha, Ítaca o Pampa

del Infierno, o en los vuelos diurnos de las siestas en relación

con  los conceptos de energía, pero los discípulos provincianos de Freud

o de Lacan, seguramente, ya las han analizado,

                        además, por supuesto, el recuerdo inventado

no se hace solamente con ideas.

            Las otras ventajas provisorias, como el baile de las abejas orientadas

por el sol, el exhibicionismo tropical de los mamones, las hondas

preguntas sin respuestas, el cosmos vital de las palabras,

ya las saben sin trampas mis vecinos.  Por eso aquí, en el interior

de los helechos del sueño que toco con la mano

se oye siempre la secreta invitación del ilustre manchego imaginario:

                      “Pasa raro Inventor, pasa adelante”.




Alfredo Veiravé (Gualeguay, 1928- Resistencia, 1991)

En Radar en la tormenta. Obra Poetica. Tomo 2. Nuevohacer. Grupo Editor Latinoamericano. Buenos Aires, 2002.